"Pureza", de Jonathan Franzen II

LA EXTRAÑEZA DE UNO MISMO

Pureza, Jonathan Franzen, 2015

Algo fascinante de Pureza es el personaje de Anabel, la madre de la protagonista, un ser repulsivo e hipnótico al mismo tiempo; una mujer trastornada, caprichosa, tenaz, capaz de negar la realidad hasta el punto de hacerse desaparecer a sí misma y de disolverse en un imaginario artístico omnívoro para mostrar la coherencia de su propia concepción vital.
     Una vez terminados los largos meses de lecturas preliminares, Anabel se puso a trabajar en su ambicioso proyecto. Era una película sobre el cuerpo. No conseguía superar la extrañeza de que una persona pudiera vivir cincuenta, setenta o noventa años y morirse sin tener el conocimiento elemental del cuerpo que constituye la suma de toda su existencia: que haya tantas partes del cuerpo —desde luego, partes de la cabeza y de la espalda, que no pueden verse de manera directa, pero también algunas de los brazos, las piernas y el torso— en las que, al cabo de todos esos años, habrá prestado tan poca atención como el carnicero a los trozos de ternera que va cortando.
     El área de la superficie de su cuerpo era de unos dieciséis mil centímetros cuadrados, y su plan consistía en inscribir una cuadrícula de «cortes» de 32 centímetros cuadrados con un rotulador negro de punta fina. Salvo en los pies, la cara y los dedos, esos «cortes» serían cuadrados simples de 57 × 57 milímetros. En la película aparecerían los quinientos cuadrados. Su intención era dedicar una semana entera a familiarizarse con cada cuadrado —no desairar ni privilegiar a ninguna de aquellas porciones de 32 centímetros cuadrados de su cuerpo; estar en condiciones de asegurar, antes de morir, que había conocido de verdad todas sus partes visibles— y se había encomendado la abrumadora tarea de hacer algo nuevo y emocionante con cada corte. Las diferencias podían ser meramente cinematográficas, pero a menudo incluirían imágenes relacionadas con los pensamientos y recuerdos que inspiraba cada corte en particular. En ese aspecto, el proyecto estaba más cerca de la performance artística que de lo cinematográfico. Si lograba cumplir lo planificado, el proyecto duraría diez años, con un desafío creativo cada vez mayor. No sabía qué extensión final tendría la película, pero su intención era que durase veintinueve horas y media, una por cada día del mes lunar. En última instancia, aspiraba a reclamar la propiedad de su cuerpo, corte a corte, recuperándola del mundo de los hombres y la carne. Al cabo de diez años, sería dueña de sí misma por completo.
      La idea me encantaba y a ella le encantaba que me encantara. Una tarde calurosa de julio me permitió dibujar la primera marca negra en su cuerpo, un recuadro que incluía dos dedos del pie izquierdo, cuya área había determinado con precisión a lo largo de medio día de cálculos; había dejado unos puntos de tinta que yo sólo tuve que unir.
      —Y ahora tienes que dejarme sola con ella —me dijo.
      —Yo también quiero conocerte centímetro a centímetro.
      —Siempre volveré a ti —dijo, en tono grave—. Dentro de diez años, seré toda tuya.
      Besé los dedos del pie y la dejé a solas con ellos. Total, ¿qué eran diez años?
      Si hubiera podido trabajar más deprisa, y si artistas como Cindy Sherman y Nan Goldin no hubieran alcanzado ya relevancia, y si el vídeo arte no hubiera liquidado casi de la noche a la mañana el cine experimental, y si Anabel no se hubiera dejado paralizar por los celos que le provocaba mi proyecto periodístico, inferior al suyo, pero más fácil de llevar a cabo, no habría sido impensable que algún día su película acabara existiendo. Pero al cabo de un año todavía iba por el tobillo izquierdo. Ahora veo que debió de aburrirse muy pronto de la superficie de su cuerpo —si pasamos por la vida sin prestarle demasiada atención, por algo será—, pero a ella le parecía como si el mundo conspirase para frustrarla.
Si quieres leer más sobre esta novela: Pureza, de Jonathan Franzen I

Comentarios

  1. O como ver el bosque nos hace más felices que pararnos ante cada árbol, sobre todo si el bosque es armonioso como lo es el cuerpo humano.

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    1. Como si conocer tan a fondo tu propia piel pudiese conferirte algún conocimiento especial para conocer la vida o evitar la frustración y el dolor...

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