CRÓNICA DE LECTURAS VERANIEGAS


 UN VICIO IMPRESCINDIBLE

Poco a poco –gracias al maná de las vacaciones– comienza a menguar la pila de libros pendientes de lectura que se había acumulado durante los rigores (no exactamente climatológicos) del invierno, tanto el físico de la mesilla de noche como el analógico del lector digital, del que cada día dependo más (un día de estos hablaré de las ventajas e inconvenientes de este invento del demonio).

 

Confieso que el más gordo sigue ahí, mirándome con cara de ¿te atreves?, y no es falta de valor (o eso le digo); no es que me intimiden sus 1208 páginas (las últimas doscientas en tamaño de letra insufrible para los miopes, entre los cuales debo ser una especie de figura destacada), lo que me intimida es el estatus icónico, ecuménico y metafísico que ha adquirido como obra de culto, y el convencimiento prejuicioso de que será imposible reseñar una obra de tal calibre. Me refiero a la inefable La broma infinita, de David Foster Wallace. Seguiré informando.

El listo, La broma infinita
El listo, La broma infinita

Ya han quedado vistos para sentencia Cosmópolis de Delillo, El malogrado de Thomas Bernhard, el afinador de habitaciones de celso castro, El cuaderno dorado de Doris Lessing y se encuentran en proceso de lectura Nocilla experience de Agustín Fernández Mallo (confieso desde el futuro que nunca lo terminé), así como Muerte súbita de Álvaro Enrigue.


Tengo un lema –no sé si más pretencioso o fantástico, pero a mí me vale– que grabo en cada uno de mis libros con mi ex-libris: Tiempo-soledad-silencio. Lo primero me lo han dado el verano y estas benditas y tan denostadas vacaciones de profesora, las otras son utopías incompatibles con la vida de madre y esposa de no-profesor/funcionario. Así que, como para todo hijo de vecino, la lectura se vuelve una búsqueda, un afán, un robo a la vida cotidiana que absorbo con placer en la penumbra de los rincones ocultos, en los paréntesis sustraídos a las tareas de la casa, en los lugares y momentos más insospechados: la espera durante la clase de natación de mi hija, el ratito mientras se cuece la salsa de los espaguetis, esos diez minutos que llego tarde, un ya voy a la niña que se convierte en media hora... And so it goes, and so it goes... Puede que sea precisamente ese valor de lo extraordinario el que haga de la lectura un vicio imprescindible.

Chica leyendo


Pues tiempo, soledad y silencio para el que los necesite y felices lecturas o, como dice un amigo mío, ¡un librazo!

Comentarios

  1. El vicio de la lectura corre paralelo al vicio de internet y específicamente del blog (al que ya le has dado mil vueltas en la búsqueda de la perfección, aunque para muchos ya es perfecto). Ambos vicios necesitan de tiempo, de tiempo de silencio (si se me permite el préstamo de un título literario). De tiempo y de silencio pero no de soledad, un libro acompaña además enseñar y entretener (como el gordo de Petete).
    A fuer de leer tus cada vez más interesantes entradas, vamos descubriendo que la inicialmente novelista, es además una bella persona, abnegada madre y amante esposa.

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    1. Me he ruborizado leyendo tu comentario. Es cierto que Internet y este blog le ha robado mucho tiempo a la lectura. Es como si ahora tuviera familia numerosa e, igual que una madre abnegada, deba encontrar tiempo para todos mis polluelos. ¡Tiempo! La verdad, el silencio es un lujo inferior al de las risas de la gente que amas, y escribir y leer rodeada de esa música es un placer insuperable. En cuanto a la soledad, renuncié a ella por mi familia, que sí es realmente imprescindible. Gracias, de corazón.

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