"MUERTE SÚBITA", ÁLVARO ENRIGUE


Muerte súbita

 

DUELO DE TITANES

Muerte súbita, Álvaro Enrigue, 2013


El tenis es un juego elegante con despliegue de actividad física, lo que lo hace más atractivo a los espectadores que el ajedrez, el golf o el billar (por poner algún ejemplo de otros juegos considerados refinados). Es el más intelectual de los deportes de duelo, donde dos adversarios pugnan por demostrar fuerza, resistencia e inteligencia. Si, además, los contrincantes son dos figuras de la talla de Quevedo y Caravaggio y el juez de silla es Álvaro Enrigue, el partido se promete apetecible y estimulante.
 
Álvaro Enrigue

Y no defrauda. El lector se siente ante Muerte súbita como un espectador provocado por la expectación del duelo. El hecho de que el narrador manifieste inseguridad (No sé de qué trata este libro), el hecho de que sus ideas se inmiscuyan en la historia de una forma un tanto anacrónica (la trama nos conduce a través de los siglos XVI y XVII), con una desfachatez atrevida y estimulante, no es más que un juego retórico dialéctico de los que tanto y tan bien abusó Quevedo, una interpositio en forma de captatio benevolentiae mediante la cual manifiesta que, en realidad, lo que le fastidia es que los malos jueguen con ventaja. No deja de participar este narrador entrometido del mismo despliegue lúdico de los duelistas, como árbitro del partido de la realidad histórica donde se enfrentan unas autoridades opuestas: justicia y poder, dos fuerzas que sirven siempre a amos enfrentados, igual que los rivales de un buen partido de tenis. Porque en la Historia no hay némesis para la maldad, no hay catarsis para la hybris, y en este punto es donde el narrador manifiesta su rendición, su incapacidad para superar con la ficción la supremacía incontestable de aquella.

El narrador quiere manifestar que esta novela no es una novela. No lo es: Muerte súbita es un partido de tenis donde la pelota va y viene como los sucesos del devenir histórico que cada golpe ilumina, desde Ana Bolena hasta Hernán Cortés, pasando por los papas contrarreformistas del Concilio de Trento, todos emparentados por el dibujo caprichoso del juego, que igual que la Historia no obedece a criterio alguno de justicia poética. Por eso los malos juegan con ventaja y vencen en esta lid.

Caravaggio


Caravaggio es un genio juvenil, parrandero y asesino; Quevedo, un insólito jovenzuelo borracho que comienza el partido perdiendo moralmente y lo termina machacado por la insolencia con que ganan los que detentan el poder (aunque no la justicia).

“La novela es la única defensa que se tiene contra la historia; produce otra explicación del mundo”. Son palabras de Álvaro Enrigue. Quizás entonces esta nos sirva para superar la aflicción por la ausencia de justicia en los desenlaces de la vida.

Comentarios

  1. La vida no es justa. Esa es una afirmación demasiado absoluta, dogmática y lapidaria. A veces lo es y a veces no lo es y todo lo contrario. Se ha discutido mucho a lo largo de la historia sobre lo que es justo o injusto (incluso en las novelas), pero aún no se ha llegado a un consenso universal. Si cambiamos “justicia” por “legalidad” la cosa empieza a estar más clara; es más fácil saber lo que es legal, aquello que en cada momento concreto es conforme a la normativa (y, claro, no siempre lo que es legal es justo), claro que la normativa es altamente voluble y es necesario tener un gran conocimiento de las leyes o un letrado de cabecera para no perderse en los vericuetos legales (lo que convierte a la legalidad en algo menos seguro de lo que debiera ser).
    En cualquier caso, y esto no admite discusión para este comentarista, lo justo es decir que la autora de este blog es una gran lectora, escritora y una novelista que ha, estado hasta ahora, agazapada tras sus miedos. ¿Acaso no es lo justo que todo el mundo que lo desee pueda disfrutar de una buena novela?, la respuesta a esta pregunta retórica es: “raíz en las tinieblas”. Confío en que esta, su primera novela publicada, la catapulte al éxito (no necesariamente al éxito económico, pero tampoco debe descartarse…)

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    Respuestas
    1. Acabo de nombrarte mi representante artístico. Me has convencido.
      En cuanto a lo otro, me gustaría vivir en tu convicciones tan ordenaditas y claras, pero es que a mí lo de la legalidad me suena a algo alejado de la vida (no digamos de la justicia), como si le pusieses un traje de seda a un mendigo: puede que tenga buena pinta, pero por debajo está sucio y si te acercas huele mal. Además, es una trampa cambiar "justicia" por "legalidad" y tú lo sabes. La vida no es justa, básicamente porque si lo fuese, sabríamos quién ganaría el partido antes de que se jugase, y nadie querría disputar un partido así.
      Como siempre, gracias, gracias, gracias... y un beso.

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    2. Al conjunto de normas y leyes se le denomina “ordenamiento jurídico”. La mayoría de mis años de vida he estado inmerso en ese mundo de lo jurídico, estudiando y aplicando o haciendo aplicar lo dispuesto por el ordenamiento jurídico. Quizás por todo eso o por deformación profesional o solo por genética y educación aparento vivir en un mundo ordenado, aunque no deja de ser una aspiración, al igual que es aspiración del propio ordenamiento jurídico y ni el (a través del Estado) ni yo lo logramos del todo.

      Hasta las personas inmersas en una vida desordenada viven dentro de un cierto orden. Yo diría que es inevitable, viene a ser una de esas leyes físicas que resultan difícilmente quebrantables. Todas las vidas tienen un orden esencial o natural. Una vida en absoluto desorden sería inviable. Cosa distinta es que haya personas que den más cancha a la improvisación que otras. Supongo que yo me encuentro en el grupo de las personas que sienten aversión por la improvisación en sentido estricto (entiendo que la mejor improvisación es aquella que se prepara y ensaya); por eso aparento una vida más “ordenadita” que otros.

      La legalidad es una manifestación imperfecta de la JUSTICIA (como, por otra parte, toda manifestación humana). No es algo alejado de la vida sino un instrumento para ordenar la vida y acercarla, en lo posible, al ideal de justicia. Por otra parte el ideal de justicia suele ser bastante subjetivo por lo cual es harto difícil que normativa, de vocación general, pueda dar cumplimiento a los numerosas y diferentes conceptos de lo que cada uno entiende por justo.

      Todo lo humano es relativo, hasta la justicia (lo absoluto y lo perfecto es algo reservado a lo divino por contraposición a lo humano).

      La legalidad no es un traje de seda para un mendigo. La legalidad es el sistema de previsión social que permite que un mendigo pueda sobrevivir en una sociedad injusta y de este modo hacer que su existencia sea más justa o si se quier: más llevadera. No son las leyes lo que huele mal sino la vida sin leyes y a merced del más fuerte, del más desalmado o del menos escrupuloso, de ese modo las leyes serían una especie de jabón para esa maloliente realidad. No es cierto que la legalidad permita saber quien gana el partido antes de jugarse, creo que es todo lo contrario, sin leyes el partido siempre lo ganaría el más fuerte aunque no necesariamente el mejor. Las leyes permiten una contienda más justa y equilibrada, permiten que además de la fortaleza entren en juego otros factores como la inteligencia, la estrategia y hasta la ética… permitiendo saber al final no quien es el más fuerte sino quien es el mejor. Todos los deportes, incluido el tenis tienen leyes (reglamentos) y ello es lo que permita que exista el juego. Las normas del juego determinan su existencia y no el fin del deporte que impida jugarlo. La justicia, que se instrumenta por la normativa, es una trampa a las crueles leyes naturales, una manifestación de nuestra humanidad, aunque sea imperfecta.

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    3. Es cierto que la vida sin reglas no se podría jugar, pero mira a tu alrededor: los malos son los que ganan y el mendigo se pudre tirado en un callejón.

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  2. Ni todos los malos ganan, ni todos los mendigos lo son a su pesar.

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