7 pecados capitales
Con este texto inauguramos una nueva sección, Jóvenes escritores, donde vosotros tomáis la palabra. Me encantaría recibir textos donde mostréis vuestra creatividad e inquietudes. Pueden ser textos literarios (cuentos, poemas...) o textos que contengan alguna crítica o comentario acerca de algún tema que os interese.
El único requisito es ser alumno del I.E.S. O Couto y que el texto no contenga faltas de ortografía ni errores graves de expresión y redacción. Pero no os preocupéis: podéis pedirme ayuda para la corrección o enviarme una copia por correo para su revisión.
¿Te animas? Pincha aquí.
En esta ocasión os presento un relato de Mylena y Yari donde, con la apariencia de una reflexión sobre los siete pecados capitales, terminan por componer un canto emotivo al sentimiento de la pérdida y el deseo de la persona amada. Para mí, se trata de un relato de amor con una estructura muy original. Espero que os guste. Al final podéis dejarle vuestros comentarios a las autoras.
¿Siete pecados capitales? O mejor dicho, esa absurda regla que nos priva de los placeres de la vida. Hablo de esos placeres considerados ‘’sucios’’ por esta sociedad cerrada, machista, irracional y totalmente irónica. Sin embargo, a ellos va atado el morbo de concebirlos siendo pecados; que tu ser sea consciente de que estás haciendo algo mal, y a partir de ahí, te entren ganas de seguir. Tal como cuando estás durmiendo y suena el despertador y pides cinco minutos más, que acaban convirtiéndose en dos horas. Y sientes una inmensa culpa que te invade, pero al mismo tiempo esa satisfacción que no te quita nadie. Y es eso lo que nos hace humanos: el dulce sabor de lo prohibido.
Creo que el principal sentido de la vida es disfrutarla, vivir bien o como a mí me gusta llamarlo, vivir en pecado. ¿Por qué llamar pecado a los siete mejores puntos de nuestra existencia ?
Por Mylena Rocha y Yari Burgos Guzmán.(4º E.S.O A)
La gula:
El ansia y obsesión de comerte a besos en todo momento y no querer probar otros labios porque mi boca esta demasiado ocupada recordando el sabor agridulce de los tuyos; disfrutar en cada mordisco saboreando cada bocanada de tu aire y… No sé si lograréis entenderme, pero es semejante a como cuando llevas mucho tiempo sin probar eso que te encanta y, cuando lo haces, tu cuerpo cambia; no puedes evitar el escalofrío que te sube de los pies a la cabeza y que baja de la cabeza a tus labios; se te activan los sentidos; incluso descubres sensaciones ocultas en ti, y estoy segura de que después de esto verás los besos de una forma más curiosa , intrigante y pasional.
La ira:
¿Alguna vez has pasado un día sin ti mismo, sin verte, sin sentirte cerca, sin tocarte, sin besarte, o simplemente sin mirarte a un espejo? Supongo que es imposible. Por desgracia, yo sí he experimentado la ardua tarea de tenerte lejos, y he de confesar que, a la vez vez, he degustado el más amargo de los sentimientos, este sentimiento de frustración, de impotencia; esta sensación de intolerancia a sentir este abismo entre tú y yo. Te asombraría ver cómo una persona razonablemente cuerda entra en un estado de enajenación simplemente por no verte, por no sentirte o simplemente por no saber de ti; cómo una persona pierde el control de sus actos, solamente por el hecho de no tenerte cerca. ¡Joder! Eres como la mismísima droga: una vez la pruebas solo quieres más y más y más y me consume la ira, estas ganas de gritar de tirar y romperlo todo y de rechazar la inaguantable compañía de cualquier persona ajena a ti. Llámalo pecado, llámalo demencia; yo prefiero llamarlo enérgica atracción.
La envidia:
Me niego rotundamente a llamar envida a la irritación que me provoca verte con otra. No es envidia, es una enérgico cólera que me consume poco a poco por saber que le perteneces a ella y no a mí. No entiendo por qué llaman pecado a mis ganas de estar en su lugar, de ser yo la que te besa, la que te da las buenas noche y los buenos días, la que te apoya cuando lo necesitas, la que te abraza y te hace sentir especial. No la envidio, solo deseo ocupar su lugar, que sea yo la que te quite el sueño, en la que pienses antes de dormir, a quien le dediques tus estados de ánimos, ya sean buenos o malos. ¿Qué tiene eso de malo? Simplemente deseo estar en su lugar, deseo que seas mío, deseo ocupar el lugar que ella ocupa; eso no es envidia: son celos.
La pereza:
Y me vuelvo a consumir una y otra vez al ritmo de un cigarro a medio acabar, al ritmos de la vida, al ritmo del compás de una canción de Tchaikovsky y al mismo ritmo que la sangre que corre por mis venas; y no es exactamente placentero..., o tal vez sí. Tal vez sí lo sea y haya estado todo este tiempo equivocada, pero a la vez envuelta en pensamientos de los cuales no puedo escaparme, de los cuales soy una prisionera que vagabundea tras las cortinas de la vida sin encontrar un mero sentido al por qué y al cuántos. Y la pereza me consume. No me veo capaz de hacer algo total y análogamente mío, y el más lacerante de los sentimientos se aprovecha de mí, haciéndome ver una vez más que soy intolerante a tanta energía vital; haciéndome ver también que no quiero hacerme cargo de mi vida ni de mi existencia, lo que me lleva a la motivación de estar tumbada todo el día, esperando que me lleven al cielo, o al infierno, mejor dicho; porque ten en cuenta que yo no voy a subir y sé consciente de que para el jefe yo ya estoy muerta y no seré capaz de entrar en el empíreo.
La Lujuria:
Para la iglesia ser lujurioso implica desvirtuar el acto sexual, utilizándolo para otros fines que no sean los reproductivos. El más grave de los vicios y a la vez el más placentero y cotizado por la población. ¡Si es que en el fondo somos unos pecadores, pequemos a gusto! Porque soy consciente de que cuando leemos en braille cada surco de su piel y de sus labios no pensamos exactamente en la iglesia. O sí. Tal vez sí, y en el morbo de lo prohibido se encuentra esa tangente atracción por lo que no podemos tener llamado deseo, que algunas veces es más fuerte que nosotros. ¡Qué demonios! El ser humano “racional” tiene esa capacidad o, llamémosle, mala costumbre de dejarse llevar por lo que le gusta. Y me pregunto: ¿por qué no? No todo debe tener un motivo o un fin. Creo firmemente que vinimos a esta vida para hacer todas las maldades, para perder el hilo, para que detrás de un “hazme lo que quieras” venga un “te hago a ti”, sin adjetivos, sin prejuicios, sin pecar. Solamente dos seres humanos que se quieren y que dejan los problemas, las dudas, los miedos y la incertidumbre del mañana fuera de la cama, y que en aquel instante, en aquel momento, solo existan dos personas amándose sin miedo a querer o a ser querido. Y así es como deberíamos hacer siempre: no considerar pecados las cosas que nos hacen felices, porque en el placer y el vicio es donde se encuentra la verdadera paz interior o nuestra verdadera vocación: ser humanamente pecadores.
La soberbia:
(en voz del pecado)
Yo, aquel pecado que daría lugar a todos los demás, según las enseñanzas morales de la iglesia. La cuestión soy yo, y es que, a veces, a mí me llaman soberbia. ¿Por que? Será porque soy demasiado perfecta. Todos los pecados me envidian. Saben que soy, con diferencia, la que más disfruta y me tienen envidia porque son un puñado de fracasados.
Yo, que he visto ojos enamorados de legañas, que soy mas fuerte que tú en enseñanzas y virtudes, que he visto puentes enamorados del suicida donde se acabaron tirando. Al mismo tiempo que sus lágrimas caían al curso del río y se juntaban al final de su camino del mismo modo que se consume el tiempo y la pólvora en un abrazo voraz.
Y yo, que he sido capaz de convertirme en su peor pesadilla haciendo que te quedaras con ganas de mí una y otra vez al verme pasar, logrando llevarte de un sitio a otro hasta poder tenerte donde yo quiero y hacer contigo lo que me plazca, porque siempre tuve, tengo y tendré el control.
La avaricia:
¿Cuántas veces nos habrán llamado avariciosos? ¿Cuántas veces se lo hemos llamado a alguien más? O mejor dicho: ¿cuántas veces no lo hemos hecho? ¿Cuántas veces no hemos sido conscientes de que en nuestros planes no entra compartir con nadie? Y es que, realmente: ¿qué es la avaricia? Se puede sentir avaricia hacia una persona, hacia el dinero, hacia los bienes materiales, incluso hacia la sonrisa de alguien; eso que normalmente acaba en adicción (nunca acabaré de entender por qué toda adicción es mala). Lo considero una pequeña forma de evasión de la realidad con alguien elegido por ti mismo, que quieres tú, que te beneficia a ti. Es una buena forma de ser egoísta sin sentirte mal. ¿Por qué un pecado? ¿Por qué tan difícil? ¿Por qué omitir un silencio de algo que te está gustando? Es como si dejásemos a un niño gobernar el mundo. El niño siempre querría más, nunca le sería suficiente, nunca le bastaría. Y probablemente nos sorprenderíamos por ver todo lo que hay en esa cabecita, todos los planes pendientes, toda la ilusión e incluso las ganas de vivir. Él no se gastaría un pastón en un jet, se lo gastaría en la buena vida. Siendo avaricioso. Disfrutando de las pequeñas cosas que, a fuerza, a día de hoy somos capaces de conseguir. Se compraría una casa con una piscina, no trabajaría, tendría una novia, se ducharían juntos, después cenarían, verían la televisión y antes de acostarse harían el amor. Y ya. Así es como deberíamos ver todos los mayores la vida, desde ese punto. Pero lamentablemente nuestra cabeza está ocupada en otra cosa: en guerras estúpidas, en ambiciones incoherentes, en ser mejor que el otro, en aparentar más de lo que se es… Lamentablemente, las reglas de la vida van en contra de eso: de la felicidad. Y así nos va.
¿Os gusta pecar? Dejad un comentario para Mylena y Yari.
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