"HOMER Y LANGLEY", E. L. DOCTOROW
PRISIONEROS DE SÍ MISMOS
Homer y Longley, E.L. Doctorow, 2010
Las novelas de Doctorow son manifestaciones de períodos históricos que huyen del documentalismo anecdótico al uso. En ellas la historia aparece como un decorado para improvisar una suerte de ensayo que provoca interrogantes acerca del devenir humano.
En Homer y Langley aparece un cronotopo definido que, al mismo tiempo, no resulta definitorio, sino una especie de experimento circunstancial alrededor de un espacio y un tiempo estáticos. El primero parece situarse en la ciudad de Nueva York, aunque se manifiesta apresado en el núcleo de la magnífica casa de los dos hermanos protagonistas, como un vórtice devorador de ellos mismos, de su historia y del marco cronológico que configura el segundo: el ámbito temporal de la propia historia de los Estados Unidos durante el siglo XX. En realidad, los hermanos Collyer (se puede leer sobre su historia aquí) viven la historia de su país a través de su encierro, físico y metafórico: Homer es prisionero de su ceguera y, más tarde, de la pérdida de audición, pero también de la dependencia de su hermano y de su propio temperamento lábil y sentimental; Langley vive apresado por su particular locura y estilo de vida, dominado por un carácter extravagante donde el ansia globalizadora o universalizadora, diverge hacia la necesidad imperiosa de acaparar todo lo que la realidad ofrece, en eso que llamamos Síndrome de Diógenes (ahora también Síndrome de Collyer). Esta necesidad es en sí un impedimento para la vida, porque la dependencia de la inmensidad de lo real se convierte por arte de la propia realidad en basura capaz de aniquilar toda la pureza de un espíritu libre (si no libre, al menos incapaz de afrontar la rigidez de las normas sociales). La historia de los Estados Unidos avanza alrededor de los dos hermanos mientras ellos la aceptan sin adaptarse, sino más bien admirándola desde su particular modo de sometimiento a la vida.
Al final, la verdadera protagonista, la Casa, se muestra como el todo omnívoro que derrota a los dos hombres y a la propia historia. De símbolo social a trinchera, como los Estados Unidos, ella se transforma sobre sus habitantes para imponer su dominio en el tiempo, como testigo mudo pero incontestable.
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