"Pureza", de Jonathan Franzen I
ADICCIÓN POR LA REALIDAD
Pureza, Jonathan Franzen, 2015
Siempre que comienzo una novela de Jonathan Franzen me ocurre lo mismo: comienzo a leer y siento una extraña incomodidad. Para empezar, los personajes me caen mal, no se ganan mi confianza enseguida, no empatizo con sus conversaciones absurdas, como de supermercado, como las que se pueden oír de pasada por la calle. Termino por preguntarme: ¿Por qué me cuentas esto?, ¿qué sentido tiene volver a leer a Dickens o a Balzac?, ¿dónde está el interés?
Pues en algún lugar imperceptible debe estar, porque continúo leyendo, atrapada por el fluido monótono del texto, como un voyeur aburrido que mira la ventana de enfrente solo porque ofrece una visión de la vida distinta a la propia, (con el mismo interés insensato pero irrechazable con que se leía a Dickens y a Balzac), hasta que, de repente, ahí está: aparece el cosquilleo, una luz se enciende un instante en el cerebro, el corazón emite un quejido casi inaudible. ¿Qué es eso? Algo de lo que dice me espabila al instante, cobra un sentido físico, perceptible e irrechazable. Es la vida, es real, es verdad. Ese personaje odioso que me obligaba a seguirlo casi a contravoluntad se muestra inopinadamente tocado por un secreto, que no es extraordinario, pero sí una revelación en sí, porque contiene la clave que lo cambia todo: un retazo apenas sospechado de verdad. Y Frazen lo cuenta ahí, casi como sin querer; y me lo dice a mí que no quería saberlo, haciéndome protagonista en mi propio desapego, plantándome en las narices una imagen nítida de mis pequeñas tragedias ocultas. Entonces lo anodino se convierte en una verdad dolorosa.
Franzen no cuenta historias; cuenta personajes. Lo fundamental en esta novela es cómo vemos a alguien que no tiene nada de particular, cuya vida se cruza con alguien que tampoco tienen nada de particular, etc., hasta que en un momento todos ellos se han cruzado entre sí y resulta que sí son particulares. Pero a esas alturas la historia se ha transformado ya en una madeja sucia y malolienta que te ha enredado con ella. Tiene Franzen la extraña habilidad de narrar al estilo decimonónico, pausado y minucioso, explicativo, alargando las vidas de sus personajes en sus miserias diarias, pero alcanza un punto de dureza que solo se explica en la vehemencia con que cada uno de ellos busca su propio desahogo, su salvación personal. La salvación, una conquista cara, pasa, en este caso, por rescatar la pureza que da título al libro, algo difícil cuando esta ha sido arrojada a un vertedero de mentiras, secretos y frustraciones. Y aquí el siglo XIX se vuelve contemporáneo, un espejo fiel de nuestra realidad, desde la caída del muro de Berlín, pasando por las armas nucleares, hasta la red (en sentido literal) que Internet arroja sobre nuestras vidas usurpando nuestra intimidad.
Franzen me gusta en la medida en que en literatura me gusta lo grande, lo desbordante, la incontinencia narrativa, el cinismo escondido, las relaciones humanas. No me gusta en cuanto desprecio la narrativa árida ausente de lirismo, de búsqueda de un lenguaje cuidado, de trabajo de pico y pala sobre el párrafo.
Lo que resulta objetivamente cierto es que su más de 500 páginas han volado en cuestión de horas ante mis ojos, con esa capacidad que sí hay que reconocerle a Balzac y a Dickens (¿y esa Pip tan dickensiana buscando su identidad?), que tenía aquella literatura de antes que te impedía cerrar el libro, pidiendo siempre ansiosamente una vuelta de página más antes de apagar la luz. No es Las correcciones ni Libertad, sin duda más imponentes, pero es el Franzen que recordaba con pasión: un narrador que incomoda, pero que resulta adictivo. A fuerza de meternos dentro de la cabeza de los personajes, de escucharlos hablar y hablar, nos planteamos si no habremos desterrado con demasiada alegría la tradición narrativa para probar fórmulas audaces que estallan como fuegos artificiales, pero se quedan casi siempre al margen de esa verdad innegociable que la novela tiene la necesidad de conquistar. ¿Se puede hacer realismo decimonónico en el siglo XXI? Si es como Jonathan Franzen, desde luego que sí.
Por si te interesa: Pureza. de Jonathan Franzen II
Creo que he leído a la inversa los comentarios, primero el segundo y segundo el primero (he seguido el orden bíblico). Un autor que parece perderse en los detalles y una protagonista que quiere conocer todos sus detalles corpóreos, pero la belleza está en el conjunto y no en las individualidades, como en el puntillismo, como en el impresionismo, como en la vida...
ResponderEliminarInteresante reflexión; tal vez la literatura de Franzen se base en eso: en los detalles.
EliminarGracias.