Arcada
No solo escribís, sino que reincidís.
Isaac (ya en 2º de Bachillerato) vuelve a impresionarnos con una reflexión muy personal.
Podéis leer otro relato suyo aquí.
Podéis leer más reflexiones interesantes, historias cautivadoras y poemas estimulantes de jóvenes escritores, aquí.
También podéis enviar vuestras aportaciones a: ana.fidalgo.biblioteca@gmail.com
A veces dudo entre ser un objeto o ser un sujeto. Me debato, me contrargumento, me refuto hasta el infinito. Si me limito a sujeto me entra la angustia de la soledad. Necesito ser objeto de alguien y en mi soledad me vuelvo yo mismo mi propio objeto. Yo me vuelvo un ser nauseabundo, grotesco y burlón. Un ser odioso que no está seguro de sí mismo. Y no, no puede estarlo porque se apoya en una nada, se apoya en sí mismo, en su subjetividad. Pero los otros, los otros son el infierno. Con ellos me vuelve la nausea, devengo un ser horrible e inútil. Me siento determinado, tengo que actuar ante el otro. No puedo, como en mi actividad de sujeto, vivir en un mundo de contemplación, tengo que entrar al acto. Y en ese actuar soy observado, soy juzgado y me vuelvo algo. Con mi comportamiento algo cambia, determino a mi ser. Así al relacionarme me odio más. Los otros no me llenan y yo no les lleno. En mi soledad aun me queda el consuelo de los otros, pero con los otros no me queda el consuelo de la soledad
Me he ido del tema. Solo quería describir este lugar, este bonito lugar. Tiene unas vistas preciosas, desde aquí se puede ver el río y el puente. Sí, ese puente que me sirvió en esos sueños donde logro suprimirme. Lo único que resulta desagradable es su aspestoso olor, al que, con el tiempo, te acostumbras y que al final hasta te gusta.
Pero no es este un sitio solo de lectura de libros o un lugar agradable a la vista, tiene más experiencias. Lo sé, aquí venía por un amor que, como todos, nunca se sabe si terminó. Nunca se sabe ese momento donde uno deja de estar enfermo y estar sano. No es algo instántaneo, es gradual. Con el amor supongo que la incertidumbre es todavía mayor.
Son las 21:00 y ya "luneció". No hay vistas bonitas porque no hay luz y por la misma razón, no hay gente. No hay tampoco libros conmigo y tampoco me mueve el amor. Hasta aquí he venido escapando, huyo de la suciedad que sentía en casa. Ahí, en esa jaula yo era un cuerpo sin órganos, un fluido homogéneo y escurridizo. No era territorio, solo terreno. Solo había en mí un fluido pegajoso del que no podía escapar. Era una viscosidad viva, era un moco con sangre. En casa yo estaba atado, atado a un asquerosidad que quería suprimir. Quería deshacerme de ella, pero el moco se pegaba a todo. Al salir el viento me liberó de la asquerosidad, el viento territorializó mi cuerpo. Sentí órganos, sentí diferencias en mí, pero seguí sintiendo mi cuerpo.
Escribo para no pensar, mejor dicho: escribo para pensar mejor y, en consecuencia, menos. Escribo intentando purgar el flujo interminable de mi conciencia. Pero al escribir sigo pensando. No me ha servido de nada.
Pienso, pienso siempre en algo, ojalá pudiera pensar en nada. Pudiera alguien creer que con el pensar uno se aleja de sí mismo o que uno es dueño del flujo de su pensar. Pero no, el pensador está ahí, fundando todo pensamiento. Yo solo soy un interprete de mi pensamiento. Yo no pienso el placer, el placer me precede. Yo solo interpreto los pensamientos que un pensador interno hace aparecer. Mi percepción del placer lo exige, exige su existencia, exige ese alguien que da placer y el algo que la provoca. Mi conciencia es conciencia de algo, por eso tiene que haber un algo y además tiene que haber una conciencia anterior.
Ahora pienso en los otros, acepto que nadie me escucha, ni quiere hacerlo. Solo yo, yo me tengo que escuchar e interpretar. Yo estoy obligado a hacerlo, no puedo no escucharme. Salí para escapar de algo de lo que no puedo escapar. Salí para huir de mí y cometí un error: me llevé conmigo.
Isaac (ya en 2º de Bachillerato) vuelve a impresionarnos con una reflexión muy personal.
Podéis leer otro relato suyo aquí.
Podéis leer más reflexiones interesantes, historias cautivadoras y poemas estimulantes de jóvenes escritores, aquí.
También podéis enviar vuestras aportaciones a: ana.fidalgo.biblioteca@gmail.com
Arcada:
Estoy aquí, en este sitio con el que comparto algo de mi historia. Aquí leí a Hegel, aquí leí a Freud y aquí leí a Schrödinger. No recuerdo haber venido acompañado a este lugar, solo he estado aquí con mis libros y con los transeuntes. A ambos los miraba sin ser visto por ellos. Me deleitaba haciéndolos pasar por cosas y a mí por sujeto. Hacer de ellos mis pensamientos y hacer de mi persona el pensador. Jugar a juegos solipsistas y pensar que todo brota de mí, jugar obscenamente a ser el que vigila. Me sentía como el guardia del panóptico: veo sin ser visto. Creo que ahí reside el morbo de la lectura, tener el poder. Yo soy la persona, tú la cosa. Nuestra relación es unidireccional, yo accedo a ti, pero no puede ser al revés. La exclusividad es el fundamento del poder y este último, el fundamento del placer.
Me he ido del tema. Solo quería describir este lugar, este bonito lugar. Tiene unas vistas preciosas, desde aquí se puede ver el río y el puente. Sí, ese puente que me sirvió en esos sueños donde logro suprimirme. Lo único que resulta desagradable es su aspestoso olor, al que, con el tiempo, te acostumbras y que al final hasta te gusta.
Pero no es este un sitio solo de lectura de libros o un lugar agradable a la vista, tiene más experiencias. Lo sé, aquí venía por un amor que, como todos, nunca se sabe si terminó. Nunca se sabe ese momento donde uno deja de estar enfermo y estar sano. No es algo instántaneo, es gradual. Con el amor supongo que la incertidumbre es todavía mayor.
Son las 21:00 y ya "luneció". No hay vistas bonitas porque no hay luz y por la misma razón, no hay gente. No hay tampoco libros conmigo y tampoco me mueve el amor. Hasta aquí he venido escapando, huyo de la suciedad que sentía en casa. Ahí, en esa jaula yo era un cuerpo sin órganos, un fluido homogéneo y escurridizo. No era territorio, solo terreno. Solo había en mí un fluido pegajoso del que no podía escapar. Era una viscosidad viva, era un moco con sangre. En casa yo estaba atado, atado a un asquerosidad que quería suprimir. Quería deshacerme de ella, pero el moco se pegaba a todo. Al salir el viento me liberó de la asquerosidad, el viento territorializó mi cuerpo. Sentí órganos, sentí diferencias en mí, pero seguí sintiendo mi cuerpo.
Escribo para no pensar, mejor dicho: escribo para pensar mejor y, en consecuencia, menos. Escribo intentando purgar el flujo interminable de mi conciencia. Pero al escribir sigo pensando. No me ha servido de nada.
Pienso, pienso siempre en algo, ojalá pudiera pensar en nada. Pudiera alguien creer que con el pensar uno se aleja de sí mismo o que uno es dueño del flujo de su pensar. Pero no, el pensador está ahí, fundando todo pensamiento. Yo solo soy un interprete de mi pensamiento. Yo no pienso el placer, el placer me precede. Yo solo interpreto los pensamientos que un pensador interno hace aparecer. Mi percepción del placer lo exige, exige su existencia, exige ese alguien que da placer y el algo que la provoca. Mi conciencia es conciencia de algo, por eso tiene que haber un algo y además tiene que haber una conciencia anterior.
Ahora pienso en los otros, acepto que nadie me escucha, ni quiere hacerlo. Solo yo, yo me tengo que escuchar e interpretar. Yo estoy obligado a hacerlo, no puedo no escucharme. Salí para escapar de algo de lo que no puedo escapar. Salí para huir de mí y cometí un error: me llevé conmigo.
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ResponderEliminarMe ha encantado.... Es.. simple y llanamente brutal. Se esconde un gran escritor dentro de Isaac, lo tengo claro. Mucho ánimo y sigue escribiendo así; llegarás muy lejos.
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